En medio de la oscuridad, en ese silencio profundo, cuando solo tú estás conversando con nuestro Padre celestial, es donde puedes tener una conversación íntima y privada con Él. En esos momentos, tu mente está tranquila, no hay distracciones, nadie te interrumpe, y las notificaciones de tu teléfono están apagadas. Es ahí, en ese espacio sagrado, donde realmente puedes escuchar su voz, sentir su dirección, experimentar su presencia y derramar tu corazón, dejando todas tus cargas en sus manos.
Cuando empecé a levantarme de madrugada para orar, debo admitir que al principio sentía mucho cansancio. Me enfocaba más en el sueño que tenía que en buscar la presencia de nuestro Señor Jesucristo y en escuchar lo que Él quería decirme. Sin embargo, aprendí que esos momentos no son solo para que nosotros hablemos con Dios, sino también para que Él nos hable a nosotros, para revelarnos su voluntad e incluso mostrarnos lo que requiere de nosotros.
¡Claro! Dios es Dios. No necesita de nuestra ayuda, pero sí quiere enseñarnos cómo vivir nuestras vidas de una manera que lo honre, para que podamos ser bendecidos y tener una relación más cercana con Él. Dios desea nuestra obediencia, no solo que llevemos una vida conforme a nuestros propios planes.
Te pregunto:
• ¿Tienes un plan de oración diaria?
• ¿Tienes un lugar especial, un “aposento”, donde puedas orar sin interrupciones?
Levántate temprano, dedica ese tiempo a Dios, y experimenta cómo Él transforma tu vida.